
Perfume de muerte desprende mi cigarrillo mientras se consume, la tarde está nublada, parece que el humo se ha apoderado de la bóveda y que el aroma hace llorar a los ángeles, saben que me estoy consumiendo y que al igual que mi cigarrillo me estoy muriendo. Efímero placer me produce y soy capaz de ver lo que había dejado de apreciar y lo que nunca había visto. Lentamente mi meditación se extiende, hasta el punto en que empiezo a cuestionarme cosas que no se si importan. No quiero que el efecto termine, es algo muy agradable sentirse solo a pesar de estar rodeado de un bullicio que dice nada y que se extiende hasta los rincones que la memoria ha dejado de visitar. Recuerdos llegan a mi mente, son de cuando era nada, de cuando no estaba vivo y tampoco muerto, de cuando era como un dios que navegaba libre en la complejidad de su existir y que insistentemente se preguntaba ¿cómo es que uno existe cuando ni siquiera puede ser percibido? Encuentro la respuesta y ahora sé que el soplo de vida es lo que me ha condenado a la muerte porque mi cuerpo ya materia es y en él alma pura vive. Esencia de trascendencia soy ahora y seguir navegando en la complejidad de mí existir es mi destino. El fuego que excita mi mente, se ha extinguido al igual que el perfume de muerte, me ha abandonado en este lugar tan desagradable que me recuerda que estoy vivo y que me dice que yo al igual que mi cigarrillo somos iguales porque condenados a la extinción estamos, y que sólo seré redimido hasta que la vida decida venderme y la muerte me libere de la cárcel que me dio el soplo divino.

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